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2021-06-07 00:55:03 -03:00

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«El jade exiliado»
Al noroeste de la ciudad de Liyue, y más concretamente en un valle al sur de la Montaña Nantianmen, existen unas antiguas ruinas donde reina el silencio.
Entre todas ellas, existen unas a las que la gente de Liyue acostumbra llamar “Ruinas de Dunyu”, las cuales se dice que ya existían en la época de la Guerra de los Arcontes.
Según una antigua leyenda popular, el nombre de “Dunyu” significaba “lugar al que se exilió el jade”.
En una época muy remota en la que Rex Lapis ni siquiera había llegado a su juventud, unos meteoritos cayeron en las tierras que había al oeste de Liyue. Tras el impacto, toda esa zona se convirtió en una sima gigante en la que, sin embargo, crecieron jade y otras piedras preciosas. Había tantos minerales en ella que, al final, se convirtió en el centro de la industria minera de todo Liyue.
Cuando los meteoritos cayeron, unos fragmentos se separaron de ellos y salieron despedidos hasta unas formaciones rocosas al norte de Lisha.
Como todo el mundo sabe, todos los minerales encierran un espíritu y una vitalidad en su interior. Durante un tiempo tan largo que ningún mortal podría llegar a concebir, dichos minerales escucharon y presenciaron a su propio ritmo el latido de las líneas ley, la reverberación de los manantiales y el lento pero firme movimiento de las escarpadas montañas.
Sin embargo, los meteoritos caídos del cielo eran diferentes. En comparación con las simples y robustas rocas de la tierra, ellos tenían un carácter arrogante e irascible.
Cuando los innumerables arcontes y reyes del mundo lucharon entre sí para reclamar el trono que, según ellos, les estaba predestinado, el cielo estrellado y aquella profunda sima perdieron todo su color, y las tragedias y calamidades detuvieron la respiración de las montañas y los ríos. Los meteoritos que cayeron del firmamento no pudieron soportar tantas perturbaciones, por lo que, ignorando el llamado de la Sima, huyeron hacia el cielo.
Cuando el jade caído del firmamento regresó al cielo estrellado, dejó en la tierra un boquete muy profundo en el que la gente construyó ciudades y fortalezas. Reclamaron su soberanía sobre aquello que les habían otorgado los meteoritos y vivieron aislados del resto del mundo.
Durante los milenios de viento, nieve y caos que se sucedieron, las imponentes ciudades del valle de Dunyu se mantuvieron en pie. De hecho, hasta hace 500 años, estos asentamientos seguían teniendo contacto con el próspero Liyue.
Sin embargo, los oscuros desastres y desgracias originados en las profundidades de la sima hicieron que los pobladores de Dunyu no tuvieran más remedio que sellar sus ciudades, huir y dispersarse por todas partes. Nadie sabe por qué estos exiliados tuvieron que sellar su hogar, ni siquiera los Adeptus y los Yakshas, que tantas cosas han atestiguado en sus miles de años en este mundo.
Así pues, las ciudades y las fortalezas que fueron selladas se convirtieron en enormes tumbas y ruinas vacías a las que lo único que llegaba era el agua y el viento. Por ello, la gente de Liyue bautizó este lugar como “Ruinas de Dunyu”.