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La copa se resbaló de la lánguida mano de Dietrich mientras este caía al suelo.
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Nottie se agachó junto a él y le quitó la espada que llevaba en la cintura.
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Acarició la empuñadura del arma y, al retirar su mano de ella, una piedra preciosa negra que había sido incrustada en la empuñadura cayó sobre su palma.
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“¡Pero qué oportuno! Me trajiste el Ojo de la Noche Eterna. ¡Gracias!”.
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Mientras hablaba, se quitó el brazalete de serpiente y colocó la piedra preciosa negra en su boca.
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Las escamas y la carne de la serpiente comenzaron a producir rápidas ondulaciones desde su cabeza hasta el resto del cuerpo. Una pequeña serpiente negra se desenrolló de la mano de Nottie, se deslizó de su palma y cayó al suelo. La serpiente comenzó a agrandarse, convirtiéndose en una enorme pitón con ojos rojos y escamas negras. Su cuerpo ocupaba casi toda la habitación.
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Nottie extendió las manos mientras las lámparas mágicas iluminaban la habitación. La pitón comenzó a encogerse nuevamente y se enroscó alrededor de su brazo.
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“¿Eh? ¿Te estás escondiendo?”.
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Nottie volvió su mirada hacia debajo de la cama.
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Ahí encontró...
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Un perro.
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El perro estaba temblando como si la serpiente lo hubiera asustado unos momentos antes.
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“Oh, qué lástima. ¡Quería convertirte en un lobo, pero parece que te convertí en un perro!”.
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Aunque Nottie se disculpaba, sus palabras carecían de cualquier señal de remordimiento.
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Dietrich aún no se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo, ya que el hecho de correr debajo de la cama lo hizo solo por instinto.
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Fue después de escuchar las palabras de Nottie cuando recuperó la consciencia. Intentó decir algo, pero por más que se esforzara, solo decía “¡Guau, guau, guau!”.
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Después de escucharse a sí mismo, Dietrich entró en pánico y salió corriendo de debajo de la cama.
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No importa cuántas veces saltara Dietrich frente al espejo, o cuántas veces aullara de incredulidad, la imagen del joven noble que era antes nunca volvió a aparecer.
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Dietrich se volvió, le gruñó a Nottie y se abalanzó sobre ella. Nottie no movió ni un músculo. Simplemente lo miró con los brazos cruzados, sin que él pudiera avanzar por mucho que lo intentara.
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“Esta no es la forma adecuada de dirigirse a una dama. ¡Parece que necesitas que te entrenen!” |