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La solitaria espada atravesó el aire de la noche emitiendo un destello, pero sin ser desafiada por las estrellas o la luna.
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El viento otoñal de las montañas lloraba en voz alta mientras seguía la danza en espiral de la espada.
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El fuerte viento y la lluvia acompañaron a un solo viajero en su viaje de regreso a casa.
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Esta persona tenía un cabello rebelde, un rostro feroz, y un aspecto de lo más místico y extraordinario. Llevaba unas ropas muy finas y, en su camino de vuelta a casa, caminaba balanceándose de un lado a otro como si estuviera enfermo o herido de muerte. Parecía más un muerto viviente que alguien vivo.
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Llevaba caminando tres días. Tres días en los que había pasado hambre y no había dormido.
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Tres días antes de aquello, tenía un nombre, blandía una famosa espada y era discípulo de un maestro en decadencia. Lo único que le quedaba era la tristeza y la preocupación, las cuales también acabaron desprendiéndose de él al ser arrastradas por una repentina lluvia que hizo que se cayera al suelo embarrado y dejara un agujero con la forma de su cuerpo.
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Tres días antes de aquello, un espadachín sin nombre había comenzado una pelea con él; una pelea que acabó con maestro y discípulo enterrados en la despiadada nieve de la montaña mientras esta aullaba, ahora teñida de rojo sangre.
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En la actualidad, ahora tiene otro nombre: Jin 72.
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Se llama así porque fue el último de los 72 discípulos de su escuela.
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No sabía cuánto tiempo había caminado antes de escuchar el sonido de las carretas detrás de él.
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Jin 72 se apeó a un lado del camino y preguntó: “disculpa, ¿este carro pasa por la Aldea Tupi?”.
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“Pocas son las carretas que, pasando por aquí, no pasan por la Aldea Tupi”, respondió el conductor de la carreta después de saludarlo.
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“¿Y puedes llevar a más gente en tu carreta?”, volvió a preguntar Jin 72.
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“Poder, puedo, pero no me has preguntado si quiero hacerlo”, contestó el conductor.
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“Pero si te diriges hacia la Aldea Tupi, ¿qué te cuesta llevarme?”, cuestionó Jin 72 desconcertado.
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“Porque tú no eres yo, y yo no soy tú”, replicó el conductor.
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“¡Bah! Pues qué conversación tan estúpida...”.
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Y al decir esas palabras, Jin desenvainó su espada. El conductor de la carreta no sintió más que un frío escalofriante y cayó al suelo sin poder pelear ni decir nada más.
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Jin 72 era ese tipo de personas que, aunque lo habían perdido todo y su audacia había menguado, siempre odiaría a las personas que hablaban sin sentido.
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Montado en la carreta manchada de sangre, Jin 72 partió hacia la Aldea Tupi. |